Hay personas que se preguntarán “¡qué locura es esta, recién
llegas de vacaciones y ya estás pensando en el siguiente viaje!” y es una
situación que no la entenderán nunca mientras no hayan definitivamente sentido
la necesidad de seguir DISFRUTADO, así en mayúsculas, de un lugar, de necesitar
seguir explorando y conociendo, porque tanto enamoramiento del lugar te parece
poco.
Crecí en una familia donde tener el pasaporte actualizado es
religión. Mi padre, un eximio piloto buscador de mundos, nos inculcó que no
había mejor inversión en la vida que aquella que te llevas en la cabeza, y por
ende a la tumba, esa es viajar y los idiomas que eso conlleva. Y con eso
inculcado, sumé que en los viajes yo aprendo, redescubro, creo y me reinvento.
En síntesis, el viaje es tan necesario para mí como la misma respiración. Y
todo comenzó por esta ciudad… Moscú.
Cuando llegamos la familia completa a Moscú, nuestro nuevo hogar
por 2 años, lo hice con el chip de querer absorber todo del lugar.
Personalmente me había jurado no hablar español mas que con mi familia o amigos
para poder insertarme en otro pensamiento, era la única forma de mimetizarme
con el lugar y entenderlos como “local”. No sabíamos nada del idioma, solo unas
pocas palabras de saludo “¡Priviet! ¿Kak delá?” “Dobre dien” “¡Hola!
¿Cómo estás?” y “Buenos días”. Llegamos un enero de un frío inimaginable y
fuimos llevados a un hotel de campo, allá lejos de la ciudad, donde la nieve
nos tapaba hasta los pensamientos. Un hotel donde no hablaban otro idioma que
el ruso, así aprendimos que la necesidad tenía cara de hereje, por eso
comenzamos a comunicarnos con gestos y sonidos. Nuestros momentos más
divertidos era a la hora de pedir la cena o ir a un negocio a comprar. Entonces
para pedir carne invocábamos a la vaca y sus mugidos, o a los pollos doblando
los brazos y moviéndolos en forma de alitas mientras cacareábamos, no solo nos
divertíamos nosotros, también los mozos tratando de adivinar las pistas del
juéguelo con mímica, y luego, tocaba adivinar qué nos habían traído.
Nunca olvidaremos el plato solo de pedacitos de queso o esa sopa Borscht
de tomate con verduras que nos sacaba toda ganas de probarla, por su fuertísimo
olor semejante a la transpiración después de un intenso trabajo de fuerza bajo
el sol de verano. Tiempo después descubriríamos que se debía a la grasa, la
cebolla, el ajo y la smetana, una crema agria que solían ponerle a todos los
platos.
En 1991, año en el que llegamos, todo era distinto a lo que hoy
en día se puede ver, fue un período de muchos cambios, desde el presidente, la
política, hasta el nombre que de ser CCCP (URSS) pasó a ser Federación de
Rusia. A comienzos de ese año, a pesar de la Perestroika, se vivía en una
profunda crisis económica y política. Con Gorbachov a la cabeza, los cambios de
la apertura eran lentos, hasta diría difíciles, para un pueblo donde se podía
ver la falta de todo. Era una ciudad que nosotros solíamos colorear de gris,
porque no había ninguna decoración ni iluminación que diera color, como tampoco
el tipo de vestimenta. Todavía se sentía un fuerte hermetismo hacía el exterior
y con los extranjeros, cuando íbamos caminando por las calles solíamos ver en
la vereda de enfrente alguno sacándonos fotos, que justamente no era porque les
parecíamos bellos, sino la misma KGB. Como también nos cortaban la línea
telefónica cuando comenzábamos a contar todas las cosas negativas que sucedían.
Entre sus faltas, eran los productos como el azúcar o el aceite, que existía un
voucher mensual por familia y días específicos de compra, esos días las colas
eran kilométricas, pero también había cola para lo que fuera que ese día por
casualidad hubiera, entonces uno preguntaba en la cola “¿qué venden hoy?” y
muchas veces la respuesta era “¡no se!”, pero la cola la hacían igual. O los
amontonamientos en los espacios donde se vendían productos por izquierda, el
mercado negro o “chorni rinak”, como lo solían hacer en la puerta de Estee
Lauder y que a mí me encantaba visitar. Cuando iba en el auto con el chofer de
mi papá, sabíamos que era empleado oculto de la KGB, porque todos los empleados
de extranjeros eran informantes, yo solía decirle que estacionara cuando veía
estos mercados, él siempre me regañaba diciéndome que era peligroso, así que él
siempre me andaba siguiendo hasta que yo lo llamaba diciendo que le convenía o
no comprar para él. Lo que se divertía y sufría Valodia conmigo, lo podía ver
en su cara.
Colas para hacer compras en 1991 - Fotografía de Александр Макаров |
Lo único capitalista que podía verse era Pizza Hut, que era
solo para extranjeros y el McDonald’s para todo el pueblo, y donde la cola era
interminable, de hecho, había una plaza y solía dar toda la vuelta
manzana. Lo mejor de esto era que los Moscovitas no eran de sobremesas
como las argentinas, ellos comían y se iban, haciendo honor a la “comida
rápida”. Así es que la espera no era tan espantosa.
McDonald’s 1991 - Fotografía de Peter Turnley |
En
noviembre de 1991, supimos que iban a bajar la bandera de la URSS en la Plaza
Roja e iban a izar la de la Federación de Rusia, 0:00hs estuvimos ahí, a pesar
de la nieve y del tremendo frío, vimos como la bandera se elevaba, emocionante.
Ya a fin de ese año de 1991 y 1992, con Yeltsin a la cabeza, luego de una
“Nueva Revolución”, los cambios eran diarios. Te levantabas y ya habían puesto
un cartel luminoso de colores en algún lugar que nos llamaba la atención a
todos. Al otro día veías un quiosco por otro lado y así eran todos los días.
Era muy fuerte verlo y hasta sentirlo, como el primer festejo de la navidad
aquel 6 de enero de 1992 en la Plaza Roja. Recordemos que en la época de
Comunismo la religión había sido anulada.
Moscú
es una ciudad muy antigua, si bien no se sabe a ciencia cierta su edad, se toma
el 4 de abril de 1147 como el día del encuentro del príncipe de Súzdal, Yuri
Dolgoruki, con sus aliados en una fortaleza, llamada “Moskov”. Consta de 3
Círculos, el Central que es el mismo Kremlin donde convergen todas las
principales avenidas; el Círculo de Sadovaya, donde se encuentran los 7
caprichos de Stalin, que son 7 edificios enorme de 3 puntas exactamente iguales
(las veces que tomábamos como referencia un capricho para llegar a algún lugar
¡de seguro nos perdíamos!) y el Círculo de Oro donde se encuentran las ciudades
más importantes, entre ellas Vladimir, Suzdal, y el Monasterio Ortodoxo Sergiev
Posad (cuando yo estaba se llamaba Zagorsk). Las edificaciones hasta la época
de los Zares son majestuosos, bellos por donde los mires, aunque algunos, por
entonces, estaban en muy mal estado y descuidados.
Los
días de verano me gustaba caminarla, iba desde la calle Sadovaya-Triumfalnaya
donde vivía, justo frente al monumento a Mayakovsky, todo por la calle
Tverskaya y me iba metiendo por cada edificio que podía, algunos eran como con
arcos que por fuera no decían nada y te encontrabas con jardines de los
edificios de viviendas, hasta los locales. Uno de esos locales era una
panadería-almacén, hoy día creo es un restaurante, que no tiene ni un milímetro
de desperdicio, desde las maderas que recubrían sus paredes, ni las molduras en
el techo o las arañas que colgaban iluminando el lugar y daba la sensación de
estar en el siglo XVIII, su arquitectura es de admirar por horas. Pasando por
los diferentes monumentos como el de Pushkin y el de la Tumba del Soldado
Desconocido, ya antes de ingresar a la Plaza Roja. Alrededor de la plaza hay
innumerables monumentos y edificios históricos que merecen ser vistos, como
también obras en los distintos teatros ubicados por Tverskaya y cercanos, como
el Teatro Bolshoi. Los Zares amaban las obras de arte e hicieron de Moscú, como
de San Petersburgo, una obra de arte arquitectónica. Sin olvidarnos de los
inmensos artistas en la música, el ballet y en sus obras de arte en sí. En
Rusia se respira, se ve y se siente el arte, te envuelve y te abraza.
Más
allá del aprendizaje del idioma y nuestros inconvenientes lingüísticos con el
abecedario cirílico, no fue para nada complicado manejarnos en Subte. ¡El mejor
subte del mundo! Tuve la fortuna de vivir a media cuadra de la Estación
Mayakovskaya, y eso era invalorable en los días de invierno, porque afuera
podía hacer -40° pero bastaba ingresar a la estación y del calor uno necesita
sacarse abrigo. Prometo hacer un post solo de los subtes, porque vale la pena
describirlos. Mis
inviernos siempre transcurrieron en este subsuelo.
Patriarshiy Pond |
Es hermoso poder estar en los lugares donde sucedieron las obras
literarias, me gustaba leer los libros mientras estaba en el lugar que
relataban, y los autores rusos solían tomar lugares reales en sus obras. El
Maestro y Margarita de Mikhail Bulgakov, transcurrió en el parque Patriarshiy
Pond a unas pocas “cuadras” de la Avenida Tverskaya. Ahí mismo también está la
casa donde también relata en el libro y ahora es el museo de Bulgakov. Y
mientras leía levantaba la vista visualizando los sucesos. Mientras eso sucedía
siempre se acercaban los ancianos a charlar o yo les preguntaba cosas,
recomiendo ampliamente charlar con los ancianos rusos, basta con preguntarle
“¿qué paso acá?” y ellos les van a contar absolutamente toda la historia, mejor
que cualquier libro de turismo o historia que lean, a ellos les encanta contar
sobre su país y yo siempre me admiraba cuánto sabían, lo recuerdo y me
emociono.
Lógicamente desde 1993, año en que me fui de Moscú, a hoy día el
país es otro, más bello, más y modernas estructuras. Por ejemplo, antes de
llegar a la Plaza Roja, yendo por la Avenida Tverskaya, había un espacio enorme
libre, ahí mismo aterrizó Mathias Rust, un piloto alemán de 18 años, con una la
avioneta alquilada, evadiendo todas las defensas y controles soviéticos y
carreteó hasta la mismísima Plaza Roja, esto hoy sería imposible por las
construcciones nuevas en ese espacio. Otro ejemplo es Ismaylova, que era un
descampado donde los rusos vendían su arte y/o sus cosas antiguas sobre mesitas
que ellos mismos llevaban, hoy son puestos hermosos. Pero hay algo que estoy
segura de que debe perdurar en el tiempo y el espacio, es que los rusos son
seres increíbles, que cuando uno no habla el idioma cree que siempre están
peleándose a los gritos, pero ellos se dan de corazón abierto para entregarte
lo que necesites. Son seres serviciales, cariñosos, que darían hasta su propia
vida por vos y te darán más de 6 besos para saludarte, porque la cantidad de
besos es el valor de su cariño, pero eso sí, y siempre y cuando hayas podido
abrir la puerta con la varita mágica que da el solo intentar hablar el idioma.
Por supuesto este no será mi último post sobre Moscú, su gente y su cultura.
Dedicado a Ludmila Redkho,
quien me puso el nombre Martushka y me enseñaba todo, a quien me encantaría
volver a darle un abrazo.
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