La ciudad bajo tierra – Subtes de Moscú, Rusia



Aquel día, el frío, el viento y la nieve me golpeaban la cara y esos -15°C que parecían aún menos, no nos daban tregua. Ya había aprendido unas semanas después de mi arribo, luego de unas intensas puntadas en la cabeza, que para no terminar con una parálisis debía acostumbrarme al sombrero, shapka o cualquier cosa abrigada que tape mi cabeza y mis orejas. Incluso recuerdo a una anciana que nos paró para “retar” a mi hermana que no tenía nada en la cabeza y que le iba a hacer mal y la obligó a ponerse la bufanda cual paño de cabeza.
Antes de mi partida tenía la necesidad de llevarme plasmado en la memoria situaciones, momentos, costumbres de aquella ciudad que durante tanto tiempo me había recibido con los brazos y el corazón abiertos, así es que ese día decidí pasear por los subtes.
Luchando con el clima ingresé a la Estación Mayakovskaya (Línea Zamoskvoretskaya, color verde del mapa), como cada día. Amaba su cercanía, solo tenía que recorrer media cuadra. Una vez atravesaba las 2 pesadas puertas de vidrio, bajada las primeras escaleras, comencé a sacarme todo el abrigo, pagué con la moneda especial que su costo eran centavos, y mientras bajaba las eternas escaleras mecánicas que parecieran nunca tener fin por su profundidad y un tanto empinada, mirando fijamente ese espacio entre la escalera que subía y que bajaba, siempre con la fantasía de querer tirarme por el medio cual tobogán, pero las luces estorbarían un poco, las represalias de los policías me daban miedo y su tamaño me daba vértigo, porque de seguro terminaría al final de todo el terraplén llevándome puesto a todo aquel que estuviera en el medio, ¡cuando digo que era larga, es en serio! Se tardaba 3 minutos en llegar al final.

Escaleras de la estación Mayakovskaya

Me habían dicho que algunas estaciones eran bunkers en caso de una guerra atómica, ésta era una de ellas, porque al llegar al final de las escaleras hay unas inmensas y pesadas puertas de hierro. La estética del espacio, cuando uno ingresa es más bien simple, mucho mármol gris, pero una vez adentro, allí donde llega el metro, los detalles art deco, columnas de mármol y los mosaicos en el techo de altísima calidad representando la II Guerra Mundial, se siente como en un museo.

Terraplen Estación Mayakovskaya

Así partí rumbo a los puntos más visitados por mí, esos lugares donde iba siempre, como el gimnasio, donde tenía que hacer dos combinaciones. Llegó el Metro, ingresé y comencé a mirar a mi alrededor, a todos los pasajeros, mientras repetía mentalmente lo que aquella voz anunciaba “¡Atención! Las puertas se cierran. Próxima Estación…” en este caso era ex Gorskaya y en 1992 pasó a ser Tsverskaya, ya me sabía de memoria todas las estaciones y las iba repitiendo a medida que llegaba a cada una. Y ahí estaban ellos, los pasajeros que quería memorizar, sentados o parados, pero siempre leyendo libros, siempre.  Se me llenaron los ojos de lágrimas pensando que no los volvería a ver, que ésta sería la última vez, que ya no serían parte de mi recorrido habitual. Como si aquellos que estaba viendo ya fuesen parte de mí, ya los estaba extrañando.

Bajé en la Estación Tverskaya Zastava, caminé bajo tierra 5 minutos haciendo el trasbordo a la Estación Belorusskaya de la Línea Koltsevaya color marrón. Esta estación era increíble para mí, porque por sobre el terraplén donde pasaba el subte están los puentes por donde pasa la gente haciendo combinación. 


Combinación de subtes, cruce peatonal

Esta última línea es la en forma de círculo. Las puertas del vestíbulo tienen un trabajo admirable.

Vestibulo de la Estación Belorusskaya-koltsevaya

El terraplén también es muy lindo, todo en blanco con mosaicos en el techo con motivos bielorrusos, mármoles rosas, negros, lámparas de bronce y en el extremo un busto de Lenin.

Belorusskaya-koltsevaya

Allí bajé en la estación Komsomol'skaya, una sola parada más, una de las estaciones más bellas. Si uno entra a un teatro la decoración es muy parecida a esta estación, creo que el Bolshoi es cercano a estos detalles. Molduras, arañas de bronce, herrajes, hasta los detalles más minuciosos son puro arte. 

Konsomol
Iluminación de la Estación Konsomol
Decoraciones Estación Konsomol

Era de noche cuando llegué al gimnasio, aun cuando el reloj marcaba las 17hs. El frio y el viento no dejaron de hacer tu tarea más ardua. Agradecía también que solo tenía que hacer unos metros para llegar, una vez adentro ya era cuestión de moverme un poco y todo congelamiento facial desaparecía. Allí también debía despedirme, impregnarme del lugar al cual iba todos los días. Lugar que me había ganado por mi tenacidad. Cuando supe de su apertura, fui para consultar sobre horarios de tenis, natación y gimnasia aeróbica, conseguía solo de ésta última y las demás, con un ruso seco y cortante la diebushka, señorita, me dijo que “no había lugar”. No conforme con su respuesta fui, me senté a esperar el momento de hablar con el profesor de tenis, con cierta vergüenza de que pensara cualquier cosa menos que quería que me diera clases. En un entretiempo le pregunté y coordinamos en forma privada, porque él le daba clases a un ministro que solía viajar mucho y le quedaban esas horas libres, el mismo me consiguió el horario para natación. Todo se manejaba así en aquellos tiempos, por izquierda. Igor era un profesor que me exigía mucho, me retaba si puteaba en inglés, diciéndome que debía decir “chort” en vez de “shit”, pero “diablos” no era la misma expresión que en inglés… en el idioma ruso faltan grandes palabras de puteadas, son demasiado elegantes para un gran enojo que me causaba cuando la pelotita no pegaba donde yo quería. Después hacía mi hora de natación, sin profesor, porque con profesor iba los sábados que no me dejaba ni espacio de respiración. Los profesores me ensañaban bajo su típica forma Rusa Socialista, por orgullo, que a mi me funcionaba genial, porque sus gritos me hacían enojar y sacaban lo mejor de mí, al final solían decirme “¡ves que podes!” después de haberme dicho burra toda la hora. Ese día en natación me quedaba al final de cada largo mirando todo el edificio y a los que nadaban conmigo.

Solía utilizar el subte muy seguido, cuando iba a visitar a unos amigos argentinos que estaban parando en la Universidad de Amigos que quedaba al final de Moscú y teníamos más de  hora de recorrido...



Cierro los ojos y aun puedo escuchar aquella voz que indicaba las estaciones, puedo sentir los olores típicos, el murmullo de la gente y escuchar el sonido de la llegada del subte… puedo transportarme ¿quién dijo que uno vive solo el presente? tal vez estemos viviendo pasado, presente y futuro al mismo tiempo.


Comentarios